Algunas personas nos han escrito interesándose por saber cómo conciliábamos el discurso contra las formas más higienizadas, protestantes o bolcheviques de narración generalizada, (que es uno de los pilares del splattepunk), con el hecho de emplear géneros no binarios en nuestros comunicados. Deducimos a esto que vale la pena esclarecer un poco algunos de los elementos en nuestro cuadrilátero de batalla.
Efectivamente, como que, tanto una lectura moralizante de los textos, como el uso de otros pronombres debidos al colonialismo, proceden, en su mayor parte de territorios de corte british y yankee, tendemos a ponerlo todo en el mismo saco. Para empezar, nos parece, por una parte, que la lucha por señalar asimetrías, loops y nódulos de violencia forma parte de ese frente en el que se pugna por una lectura directa que no tienda a disimular la naturaleza macabra del ecosistema actual. Eso incluye a McWarburg cuando clama por la inclemencia de la Tecnosingularidad, a Osetkinj en su intención de conjurar hechizos relacionados con el dolor íntimo que experimenta, a Lee, que abre el melón de la hipocresía de ciertas creencias, a Colectivo Juan de Madre, en su lucha contra el mito del libre albedrío y a Havok, dardo trazador de mapas de las agresiones constantes que sufren las mujeres. Así pues, en nuestro equipo de wickaguarriors estará siempre todo aquello que pugne por la libertad de expresión pese lo que pese.
Por otro lado, al margen de los campos de discusión de la esfera literaria que, salvo casos generalizados, degeneran en un zombi más del capital, el asunto de los pronombres forma parte de los derechos humanos, entre ellos el de autoidentificación. No nos interesan debates (esto es, sí en una sobremesa regada con cbd, pero no como insignia) sobre posmodernidad, Judith Butler o gender coding. Es ya un tema de cortesía, emplear con cada une los pronombres que desee. En nuestro rizoma hay gente no binaria y también entre el público. Sostenemos que los motivos necesarios no tienen mucho más recorrido. Nos agota (y aquí hacemos nuestra, la célebre frase de Too Lazy for BDSM), eso sí, que precisamente algunas de esas objeciones provengan de comentarios en foros o grupos conocidos de ciencia ficción y el fandom en general: precisamente entre los seguidores de un género literario que lleva décadas empeñado en desmitificar las metáforas de familia, los conceptos de nación o los binarismos de género performativo.
¿Cómo se conjuga todo lo anterior con nuestro aceleracionismo doméstico? Negando cualquier forma/tipo de limitaciones: ¡más libertad de expresión!, ¡más campos de batalla intelectuales que conquistar!, ¡más fórmulas de identificación! Siempre en el bando que pelee por las editoriales que surfean al margen de los criterios clasistas y de acumulación de capitales; siempre —como comentaba Rayne Havok en una entrevista— a favor de que los autores diversifiquen to the max su obra para no deban depender de un solo pagador; siempre, de acuerdo en que haya más voces —sean del tipo que sean—, y con especial predilección para les que se lo hacen elles mismes (do it yourself, amigue punk).
Dentro de esa dinámica también está el uso del trigger warning como elemento preventivo en las páginas de nuestros libros aka artefactos dañinos. Entendemos que suma más que resta la propuesta porque la trama de un libro no es algo sacralizado y porque, observación mediante, hay estímulos que pueden provocar reacciones y sensaciones asociadas a la ansiedad: conocemos los procesos y la narrativa interna del toxicómano que lucha por evitar pensar en algo tanto como el de la persona agredida que se enfrenta, sola, a un agujero negro de pensamientos negativos. Y así, con muchísimos casos más. Por eso, a nuestra manera de entender (y hacer), es lógico que no intentemos vender nuestras obras indiscriminadamente. Somos consecuentes, avisamos del contenido.
Sucede algo similar en el campo de la teoría de la comunicación cuando, tras las primeras sesiones, el alumnado llega a la conclusión de que no existe nada similar a la información objetiva en estado puro. Que no hay una verdad ahí fuera, y que, por ende, resultan más efectivos centenares de medios en pugnas por la verdad que uno enfrentado en solitario a los vaivenes de la corrupción estadística. Más es mejor en el contexto de los medios de comunicación, también en el de las editoriales o las voces que cuentan historias.
Ya sabéis un poco mejor en qué barco (o trirreme de ghouls) nos encontraréis.