Vetas psicogeográficas

No pude convertir esta reflexión en artículo de prensa porque soy parte implicada. Junto al teórico del cómic y novelista Roberto Bartual publicamos en Aurora Dorada nuestro Díptico Espiritista (2022) a inicios del año. En dicho proyecto habíamos plasmado juntos nuestra obsesión por la psicogeografía de autores británicos como Iain Sinclair y Alan Moore: durante los años anteriores salimos a la búsqueda de espectros que pueblan las calles de nuestras respectivas ciudades. Yo perseguía a los espiritistas catalanes (metapsíquica) a través de un autor de bolsilibros y Roberto andaba tras unos fantasmas invocados por la artista Dora García. En su momento tuvimos dudas para una encontrar una editorial valiente frente a semejante combinación, por el camino mucha gente nos recomendó huir de los paseos y añadir más tensión o thriller.

Sin embargo, desde su publicación no dejo de ver libros psicogeográficos por todas partes. No sé si es por el efecto número 13 o porque realmente la pandemia ha dado un paso más en el dialéctica materialista entre lo global y lo local que compone la aldea global. Se aceptan tesis.

La primera señal es del propio traductor de Sinclair, el reconocido novelista Javier Calvo, que junto a Servando Rocha en La Felguera publicaban pocas semanas más tarde Camposanto: guía de cementerios ocultos de Madrid y Barcelona. Pueden apreciarse sensibilidades parecidas en el proyecto de Mariana Enriquez llamado Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios (Anagrama, 2021).

También fue Calvo el encarcago de traducir La linterna de papel (Random House, 2022), un curioso ejemplar porque se trata de un autor que normalmente suele escribir poesía y porque son paseos durante la pandemia tras cerrarse el bar que suele regentar el autor. Es un ejemplo de prosa fina y colorida a cargo de Will Burns, que rápido pasa de la geografía al análisis de clases. Sobre este libro charlé con William Atkins quien resaltó la importancia de proyectos locales tras recomendarme Outlandish: Walking Europe’s Unlikely Landscapes de Nick Hunt (John Murray Publishers, 2022) en el que abarcan psicogeográficamente el desierto de los Monegros.

Hablando de desiertos, el motivo por el que destaca que Atkins señale lo local, es que este periodista inglés recorrió los ocho grandes desiertos del mundo por casi todos los continentes, una ruta tan enorme como el grado de erudición de su texto que analiza las referencias culturales del desierto tanto como el nacimiento de una mística monoteísta propia. El mundo inconmensurable (Random House, 2022) abarca los desiertos pero el autor prosigue sus gestas en libros como Three Island Journey.

Finalmente, hay una exquisitez del underground a la que deberían prestar atención, también en el catálogo de Aurora Dorada, que aplica todas las normas de un texto psicogeográfico sobre sueños tifonianos. Es decir, es una especie de ocultismo creativo que mapea las ciudades colosales y largo tiempo muertas de los mitos de Cthulhu. Hablo de Los ritos tifonianos de Amenta (Aurora Dorada, 2022) que traduje junto al editor Carlos M. Pla. Sean Woodward no es para todo el mundo pero sí que satisfacerá a los curiosos.

Algunos podrían afirmar que estoy intentando crear categorías donde no las hay porque, por ejemplo, libros como La ciudad de los vivos (Random House, 2022) de Nicala Lagioia captura la Roma turística y burguesa en decadencia partiendo de zonas y barrios. Eso es cierto, pero se da la concreción de que en todos los libros mencionados previamente hay paseos lúdicos metaconcientemente narrados. En este sentido habría que añadir a esta lista la novedad de Wunderkammer, De paseo por los limbos (2022) de Anna Adell, más centrado en permeabilidades y fronteras, que apareció en mi radar gracias a una atenta lectora que tuvo a bien contarme su opinión de Díptico Espiritista, lo que para mi no es un círculo que se cierra sino una espiral en la que nunca termino de aprender lo suficiente.

ENTREVISTA CON WILLIAM ATKINS Y CON WILL BURNS

FRAGMENTOS

El libro apareció publicado en 2019 así que, después de estos años intensos geopolíticamente, quería saber cómo se siente ahora con su texto, Atkins afirma que considera que «se mantiene relevante porque los lugares a los que fui solo han empeorado, su importancia aumentado, el tema de las fronteras tampoco dejará de estar a la orden del día porque una de las cosas que comprendí es que las migraciones son fundamentales en el tiempo y que por eso exigen respuestas colectivas porque en el desierto no hay jueces ni testigos».
«En los últimos meses muchas de las cosas que antaño habían parecido necesarias habían pasado a parecerme fútiles y patéticas. Vacaciones familiares múltiples a destinos cada vez más exóticos, viajes comerciales, segundas residencias o cruceros».

Como hemos superado ya los modos de hacer de los primeros Saltadores ahora
los objetivos hay que buscarlos en los habitantes de las celdas oníricas donde Sean hace referencia a Crowley, Grant y Spare, junto con la geometría sagrada intrínseca a la psicogeografía de las iglesias de Hawksmoor. Estas se convierten en referencias veladas a través de glifos ocultos y portales presididos nada menos que por el Aiwass Aósico (Kenneth Grant) donde se desarrolla nuestro viaje mientras nos dirigimos a la tumba de Warner y a la cercana máquina del tiempo bañada en malva. Es aquí donde se puede beber un cóctel y de este modo terminar el Primer Rito.
Nos encontramos ante una mezcla de poshumanismo, teoría ficción y psicogeografia. De ese modo el caminante no sigue los vectores de las líneas ley sino los posibles patrones de búsqueda del Afuera que generan grietas semióticas en el terreno. Primer paso hacia una psicogeografía poshumanista que se aleje de la cuestión del sujeto hacia otros patrones como intensidades, porosidad y agentes maquínicos.

Confundidos, volvimos a la Sala de Bóvedas, y allí nos encontramos con que el patio de butacas estaba vacío también. Nuestros ojos se habían aclimatado por completo a la oscuridad y ahora podíamos verlo todo con claridad. No había ni rastro de la pareja a la que habíamos estado siguiendo. Atravesamos la cortina, de vuelta a la deslumbrante claridad del museo, pero la trabajadora tampoco estaba allí. No había rastro de su silla plegable ni del expositor de folletos. Como si nunca hubieran existido. Miré el móvil para comprobar qué hora era y entendí lo que había pasado: el museo estaba a punto de cerrar y la trabajadora había recogido su puesto. Nos hubiera gustado preguntarle si había visto salir de la Sala de Bóvedas a la otra pareja, pero tampoco en el piso de arriba pudimos localizarla. Ni a ella ni a los otros.
Hay realidades que solo consentimos en ver cuando son previamente dignificadas por la mirada artística. Sin embargo, para quien no pertenece a ellas, iluminar las frágiles «zonas del no ser» equivale a profanarlas, como quien coloca focos demasiado potentes sobre las pinturas parietales más antiguas y transforma su misterio en atracción turística.

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