Este texto es para les futures lectores y pretende resolver las dudas sobre algunos de nuestros rizomáticos modos de hacer. No sabemos si triunfamos explicando la relación autoconsciente de la violencia con este género literario, pero tal vez explicar esta segunda parte punk sirva para iluminar el concepto en general. No es que haya una guía o manual al respecto, simplemente son perversiones de los métodos de producción culturales que hemos ido imitando de la comunidad splatter estadounidense y de las bandas de punk rural que nos rodean aquí en el infierno estepario.
Antes de ser editores fuimos autores y, mucho antes, lectores. Por ello tratamos de atender y subsanar ciertos modos de hacer que pretenden, parafraseando a nuestro querido portadista Ximi, cambiar dinámicas para hacer accesibles los márgenes. Este proyecto no es posible sin un proyecto mucho mayor que es una asociación cultural de autogestión que nos sirve para coger carrerilla en el gran asunto de lo personal que se vuelve político.
El primer elemento contra el que queremos revelarnos es la acumulación de capital cultural necesario para la publicación de un libro. En este sentido el punk también servía como inversión de los criterios de acumulación vinculados con la música. Nosotres empezamos haciendo fanzines de salud mental, nos interesan las disidencias, les loques, voces pobres y los discursos marginales. Los textos llegan a nuestras manos en callejones oscuros, correos empleados para el blanqueo y en sobres psicodélicos. Aceptamos heterónimos, identidades toxicómanas y todo tipo de proyectos hipersticiosos que hasta ahora eran considerados poco serios. Si no existe un panorama lo crearemos a base de discursos fecales, raps despechados y novelas anfetamínicas.
Con acumulación nos referimos al hecho de que, pese a que la literatura tiene apariencia y voluntad universal, la realidad es que la industria exige una serie de capitales personales que acaban haciendo que muchas de las obras publicadas pertenezcan a clases medias y altas, con sus dosis de elitismo y capacitismo. Quedan pues descartadas las disidencias que nos interesan en detrimento de profesores de universidad, periodistas y famosos. También concretamente contra la lacra de influencers: vemos como, constantemente, publican libros en grandes editoriales solo por el número de seguidores en redes sociales pensando solo en términos económicos y sin detenerse jamás a observar lo que puede entregar un artista a la sociedad. Cierto es que poco a poco hay antologías y colecciones que procuran desplazar al centro del campo en el que se acumula capital cultural, en términos bourdianos, a más géneros o etnicidades, pero no sucede lo mismo con las clases más bajas ni con disidencias cuerdistas. En este sentido la parte punk del splatterpunk busca evitar estas dinámicas y basarse en criterios comunitarios para la difusión de textos.
El tema de la acumulación de capitales también tiene mucho que ver con la posición desde la que se producen muchos libros. Por un lado la explotación sistemática y por la otra ricos eruditos con un pasatiempo caro. No tenemos un equipo de falsos becarios, funcionamos con control de daños y nos apoyamos en nuestras redes de cuidados. No tenemos el mejor sistema ni los mejores recursos, sin embargo procuraremos en cada texto dejar marcas del asalto mental para que sirva en sus denuncias.
Procederemos a ejemplificar algunas de las mutaciones que impone el mencionado filtro clasista de las publicaciones de la industria que son la cristalización de los géneros y del uso de la lengua. Cristalización del género porque las genealogías y tradiciones que heredan desde el centro del campo limitan tanto las formas de la novela y el ensayo imponiendo métodos y registros de lectura que acaban difuminando el potencial de la novela tanto como recluyendo el público lector de ensayo. En este sentido consideramos crucial el mestizaje entre novela y ensayo, entre teoría y entretenimiento, para imaginar nuevos modelos de lectura. Lo mismo sucede con esa parte de la producción cultural al servicio únicamente de subvenciones estatales con criterios clasistas impuestos que disecan el idioma tanto como sirven para recrear en el territorio esquemas coloniales.
El cuarto elemento punk tiene mucho que ver con los estigmas de las herramientas de autopublicación y su traducción. Podríamos mencionar una larga lista de clásicos autopublicados que empiezan por Virgina Woolf y terminan con Aleister Crowley pero no creemos que ese sea el asunto en cuestión. El tema es que el filtro se intensifica cuando se renuevan los mismos filtros clasistas en la elección de las obras que aparecerán en nuestro idioma, creando nuevas categorías entre los que dependen de este sistema y les que tengan formación suficiente para acceder a los originales.
En quinto lugar se pretende señalar que, igual que en la industria musical, les creadores son el último eslabón en una cadena en la que distribuidoras y jefes responden a sus propios intereses. No queremos tratar a les autores como capital privado y, mucho menos, usar sus textos como material con el que especular un corto periodo de tiempo más allá de dar un valor al texto y promover que su distribución pueda extenderse en los lustros.
Todos estos cambios de actitud, sin duda, modifican los resultados escritos tanto como la relación con los autores. Se trata de terminar con la sacralización del intelectual, de esa relación con autores madures como si fueran santos estúpidos y de les autores neófites como material con el que apostar. Queremos el mismo trato de profesionalidad y camaradería que se establece entre oficios sin entrar en espirales de hipócrita admiración y santificación socialista. Por ende, el texto también aparece desacralizado, consciente de los recursos de su paratexto pero empleados en otras direcciones más allá de la autoglorificación, tal vez con suerte si es un buen texto splatteprunk sobre la construcción de la violencia o el deseo.
Al final, en definitiva, como esto no es un cursillo ni hay un manual perfecto, nos inspiran nuestros autores. McWarburg podría presumir de filosofía nómada y, sin embargo, las pocas veces que lo hemos leído en contextos académicos se limita a reseñar actitudes criminales. Osetkinj podría ostentar I+D y exigir su parte de la medalla de Sant Jordi y, pese a ello, gasta sus tardes paseando funesto por el bosque e imaginando crueles finales para su colección de necroficción de tres lectores. Probablemente los miembros de Colectivo Juan de Madre podrían estar montados en el carro de las farmacéuticas, publicando textos esencialistas para carcomidas instituciones, pero renunciaron a todo ello para convertirse en el vigilante Uatu queer que registra cada exceso en las sombras de todos los escenarios traperos de la ciudad condal. Riot Über Alles recibió numerosas propuestas de una prestigiosa casa de automóviles alemana pero hizo oídos sordos para continuar con una media jornada que le permitiera seguir alfabetizando a su gemelo deforme adicto al nexus.
Todos elles, a su manera, nos guían en el sendero punk del splatterpunk.