Como nos fascina la arquitectura extraliteraria de lo literario, el enorme paratexto difuso que son las condiciones materiales, nos llamó la atención y estimuló nuestra imaginación un artículo del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, famoso por exiliarse de su país tras escribir El Asco en 1999, titulado Variaciones sobre la novela corta e incluido en el libro Roque Dalton: correspondencia clandestina y otros ensayos (Random House, 2021).
En su pieza sigue la máxima de que el medio es el mensaje y empieza por desarrollar las diferencias técnicas entre cuento y novela según grandes maestros como Poe o Borges. Para Cortazar la narración era un combate de boxeo en el que en el cuento se ganaba por knock-out mientras que en la novela se hacía por puntos. A continuación aborda la prolijidad de la novela corta o novella (de 20.000 a 50.000 palabras) en el panorama latinoamericano frente al circuito comercial estadounidense en que cuatrocientas páginas siguen siendo una novela corta.
Si nos detenemos en el análisis particular, veremos que el bizarro y el splatterpunk de la última década suelen seguir la estructura de la novella pese a estar situados en el mercado anglófilo. Donde más se percibe esta tendencia unificadora es en la evolución de las novelas de Carlton Mellick III que empezaron siendo largas (pienso en Satan Burguer y en su segunda parte) y ha terminado con una estructura breve muy definida que apenas rebasa las 20.000 palabras e incluye un epílogo a modo de tebeo. Entonces a lo mejor podemos repasar los motivos y ver los que encajan de modo generalista, dejando a un lado la gran abundancia de cuentos y antologías, pese a que son un valor a la baja en el sistema editorial por sus altos costes que ya de por sí merecería otro artículo.
Antes, sin embargo, convendría hacer una aclaración casi taxonómica con motivo de la afirmación de Moya sobre no haber contado jamás las palabras de su manuscrito frente a la imagen popular que podemos tener de ciertos autores, compartiendo en redes el contador de palabras de un archivo de texto. Aquí podríamos hablar de autores de la musicalidad u oralidad frente a escritores más formales. Los musicales tienen en cuenta elementos como el ritmo o la cadencia, por eso cada frase existe en función de las anteriores y cambiar una palabra puede tener un gran impacto en su visión. En esta línea están las novelas de Moya pero también las de Élmer Mendoza o Ariana Harwicz (queda ahí pendiente otro artículo sobre la proliferación de autores musicales entre migrantes separados de su lengua madre). Los escritores formales estarían más abiertos a la edición, a remover e insertar secciones enteras, buscar toda clase de sinónimos en aras de la precisión y en expensas de posibles rimas y, sobre todo, rellenan o cubren de carne verbal un esqueleto estructural muy concreto. Evidentemente, ambos sistemas conviven en cada autor y se entremezclan, pero me parecía pertinente esta primera aclaración.
Teniendo en mente un modelo de autor que piensa primero en la estructura inorgánica del proyecto, mientras deja como decisiones momentáneas los elementos más orgánicos como la musicalidad del texto o las exigencias de los personajes, se entiende mucho mejor la afirmación del autor salvadoreño cuando sentencia que la novella nace de unas condiciones concretas del mercado bastante relacionadas con sistemas de premios. Así, la propia distinción entre concursos de novelas largas o cortas habría estimulado a su manera cada uno de los mercados. Opino que a las condiciones concretas del mercado habría que sumarle la exigua tradición de la venta en quiscos o mercadillos que cultivó el formato pulp que permitía ofrecer un producto que vender más caro que un cuento con menos gastos de impresión que una novela. Así la tradición pulp o bolsilibresca formaría parte también de la difusión de la novella.
Moya añade lo siguiente si hubiera de hablarse estrictamente del formato: «La especificidad de la novela corta no es asunto de extensión, dicen, sino de complejidad, en cuanto al tema, a la trama, a los personajes y al uso del tiempo. En la novela corta el tema está más asociado al desarrollo psicológico del personaje y no tanto a la esfera social. El vasto fresco de la época es, entonces, ajeno a la novela corta, lo que importa es cómo vive el personaje, su desarrollo psíquico y emocional dentro de esa época».
Aunque no estemos completamente de acuerdo con dicha afirmación porque implica generar unas fronteras entre lo individual y lo social en la que no sabemos si estamos de acuerdo, sí que compartimos el comentario que lo acompaña en el libro en el que correlaciona estos hechos con la muerte de la Gran Novela Americana. El problema de fondo era ya el propio ejercicio universalizador de generar una novela totalizadora y totalizante de cualquier nación, muy relacionada con los proyectos utópicos del siglo XX, así que nosotros diríamos que más que una renuncia a la esfera social hay una renuncia a proyectos literarios imperiales que terminan sobre la exigencia de cada autor por crear novelas largas que representen a su, nótese las comillas, «nación».
Castellanos Moya prosigue argumentando que la novela corta debe ganarse al lector con más rapidez y que ello modifica sus ritmos. Añadir que también acelera la métrica, ahora sí, la estructura del propio género narrativo como es el bizarro a la búsqueda del What the Fuck o el splatterpunk con la violencia extrema y las ganas de vomitar. Ambos son elementos estéticos de la trama y, por lo tanto, funcionan con la repetición de su evocación en ciclos cada vez mayores. Este elemento diferencial que podríamos llamar poética surrealista o poética gore cumple todos sus objetivos en el corto margen de la novella, como resultado, no necesita de largas narraciones.
En el ensayo se generaliza sobre este asunto apuntando a un eje temporal más ceñido y de nuevo nos apetece discrepar. No es que las historias transcurran más lentas o más largas en la novella es que en esta se tiende a un tiempo cartoonizado o disuelto en el que evos transcurren en segundos y al revés, de modo que se disuelve la necesidad de nuevo de una larga extensión. Este tiempo cartoonizado puede verse en la escuela latina como en las novelas de César Aira, en Iain McWarburg en el caso bizarro o Sixty-Five Stirrup Road para el splatterpunk, por poner unos pocos ejemplos.
El autor incide en que esta acumulación temporal de la novella permite homogeneidad en la concepción o estilo, concentración en el análisis del personaje y en un concepto y por eso, dice, las novelas filosóficas como La metamorfosis o El extranjero suelen ser cortas.
Volviendo a las condiciones materiales para esta recta final, también está claro que, pese a compartir ecosistema lingüístico literario, los géneros del splatterpunk o el bizarro no están establecidos en posiciones dominantes de sus sistemas culturales y, salvo autores contados, se trata de un mercado débil que subsiste gracias a pequeñas comunidades y el pluriempleo. Ese contexto explica numerosos motivos para escribir una novella. El primero es que al recibir pocos ingresos el trabajo continúa siendo la prioridad y debe escribirse en las pausas laborales o durante las vacaciones, por no mencionar las obligaciones familiares y los cuidados. El segundo motivo es que se percibe el mismo porcentaje por una novela corta que por una novela larga, no hay correlación entre extensión y número de ventas, así que los autores prefieren optimizar su tiempo.
El tercer y cuarto motivos están muy relacionados con las mencionadas poéticas surrealistas y gore que sitúan la génesis del escrito en una imagen mental en la que la autora siente una pulsión por volcar lo más rápido posible, de ahí que se confinen en hoteles de los que no salen hasta acabar el manuscrito o que la novella permita empezar el proyecto sin un plan o el recurso del tiempo kairológico. Ese mismo carácter alimenta la libertad al margen de tendencias que permiten experimentos con estilos o lenguajes.
Las últimas explicaciones entre los motivos materiales tienen un carácter mercadotécnico que es la prolijidad de los autores. Algunos autores son prolíficos por un tema de agenda mediática, conviene estar siempre en boca de los demás en términos de marca, otros como los mencionados autores de bolsilibro porque cobraban por ejemplar entregado, algunxs porque están locxs y unos pocos como Moorcock porque consumían anfetaminas. Los autores prolíficos dentro del mundo del bizarro o el splatterpunk, como Matt Shaw, Ash Ericmore e incluso CM III, se encuentran con que no tienen que enfrentarse al embudo del calendario editorial de cualquier sello grande o pequeña editorial, así que por ende la propia venta por Amazon modifica los géneros al completo. Finalmente, por el ánimo completista, he de señalar que algunas de estas tendencias de la novela corta suceden también en los ámbitos del young adult, entre autoras de erótica, entre conocidas escritoras como Tamara Romero y, por supuesto, en el horror extremo tan hermanado con el splatterpunk.